Símbolos religiosos
He leído en el periódico local la carta de un sindicalista, a mi modo de ver obsesionado y con prejuicios, que amenaza con explicar desde su atril sindicado (y bien pagado) cuál es la verdadera educación, y sin crucifijos. La verdad es que no acabé de entender si lo que quería era quitar el crucifijo o tener un recurso para seguir atizando, en este caso a la Iglesia.
Dice, muy bien, que el centro educativo “debe ser un lugar de encuentro y formación, en ningún caso el alumnado deberá ser separado en sus horas lectivas por motivos religiosos. La tarea del docente debe ser educar para que compartan y respeten la cultura de sus compañeros y compañeras”. Y como éste párrafo, comparto más de la mitad de sus argumentos. Pero no puedo encajar el que los centros públicos sean completamente… ¿asépticos? La ausencia de símbolos religiosos se contradice con la afirmación anterior.
Los centros públicos han de acoger a todas las culturas, religiones, sensibilidades…, y ello propicia el intercambio de saberes y la maduración de los alumnos, y también del profesorado, al participar de la convivencia en paz. Pero para que esto se dé, las ideas hay que proponerlas, no imponerlas.
Mi esposa y yo (soy docente) hemos llevado a nuestros cuatro hijos a centros públicos. Cuando se hacen exposiciones sobre los musulmanes, nos gusta ir a verlas. Cuando llega el ramadán, admiramos la sencillez y el convencimiento con que lo viven. Cuando hacen comida típica para compartirla, nos gusta probarla, y si nos dicen que no pueden comer cerdo, los respetamos. Cuando un alumno dice que no puede hacer deporte porque no le está permitido en sábado, también nos ayuda a comprenderlo. Si vemos la media luna, como si vemos la estrella de David, sabemos a qué responde y por qué está ahí puesta, no impuesta.
Querer imponer que se quite todo vestigio cultural de las aulas es como si nos quitaran las ropas: nuestra formación, nuestra cultura, nuestra historia… Y cuando eso ocurre (ya ha sucedido muchas veces en la historia), alguien vendrá a ponernos otra “ropa”, en esta ocasión sin símbolos religiosos.
José Antonio Sánchez