Un pueblo nacido del Evangelio
Precisamente en los tiempos -1943- en los que Europa vivió los años más oscuros de su historia, por la violencia y el odio del segundo conflicto mundial, en una pequeña ciudad del norte de Italia, Trento, Chiara Lubich, una joven maestra de poco más de 20 años, con algunas otras chicas, bajo los bombardeos que destruían todas las cosas, descubrieron en el Evangelio aquellos valores del espíritu capaces de reconstruir en el hombre su verdadera dignidad y recomponer la familia humana en la fraternidad y en launidad. Esta sería la chispa inspiradora del Movimiento de los Focolares.
El amor evangélico se descubre como una revolución personal y colectiva que sana divisiones, conflictos y desigualdades sociales. Con estupor, aquel primer grupo experimenta
la luz, la fuerza, el valor, el amor, fruto de la presencia de Jesús, que Él mismo prometió cuando dos o más se reúnen en su nombre, es decir, en el amor. Una luz que ilumina la última oración de Jesús al Padre: «Que todos sean uno». Este proyecto divino sobre la familia humana, se convierte en el programa de su vida: «Hagamos de la unidad entre nosotros el trampolín para ir donde la unidad no existe y crearla».
Los efectos: «Cada día aumenta a nuestro alrededor el número de personas, de cualquier edad y condición social que hacen de la unidad su estilo de vida. Se apagan así odios y rencores. Muchas familias se recomponen encontrando la paz». Nace la certeza de que en el evangelio está la solución de cualquier problema personal y social.
Nace así el Movimiento de los Focolares de renovación espiritual y social, que rápidamente se difundiría primero por toda Italia, después Europa y los demás continentes. Desde los inicios la gente lo llamará «de los focolares» (fuego de hogar) por el «fuego» del amor evangélico que animaba a Chiara y sus primeras compañeras. El Movimiento asume hoy la fisonomía de un pueblo comprometido en contribuir a la civilización del amor, hacia la realización de un mundo unido, que vive esta nueva corriente de espiritualidad: la espiritualidad de la unidad, típicamente comunitaria.
Por la variedad de su composición, con los años, el Movimiento asume las dimensiones de un pequeño pueblo, como lo ha definido el Papa Juan Pablo II.
El Movimiento ha sido aprobado oficialmente por la Iglesia Católica, con la denominación «Obra de María». Lleva este nombreporque «su típica espiritualidad, su fisonomía eclesial, la variedad de su composición, su difusión universal, sus relaciones de colaboración y amistad con cristianos de distintas Iglesias y comunidades eclesiales, con personas de otras religiones y de buena voluntad, y por su presidencia laica y femenina, demuestran un vínculo especial con María Santísima, madre de Cristo y de cada hombre» (De los Estautos Generales del Movimiento).
El Movimiento, por la variedad de las personas que lo componen -jóvenes y adultos, niños y adolescentes, familias y sacerdotes, religiosos y religiosas de distintas congregaciones y también obispos- aun siendo una única realidad, se articula en 18 ramas.
En el ámbito de la cultura, se ha constituido un centro de estudios interdisciplinar, la Escuela Abba, que agrupa a profesores comprometidos en elaborar las primeras líneas de una cultura iluminada por el carisma de la unidad. Posteriormente, se ha desarrollado mediante una red internacional de estudiosos, profesionales, estudiantes, etc. que profundizan en cada una de las materias y promueven congresos, cursos formativos, seminarios y publicaciones.
Para difundir esta cultura, existen:
Editorial Ciudad Nueva, en 31 países;
Revista Ciudad Nueva, de opinión e información general: 43 ediciones en otras tantas naciones y en 28 lenguas diferentes;
Nuova Umanità, revista bimestral de cultura (en italiano);
Unidad y Carismas y Gen’s, bimestrales de cultura e información eclesial, en difernetes lenguas, también en español;
Centro S. Chiara y Charisma, centros de producción audiovisual.
El Movimiento de los Focolares se sitúa en ese fenómeno del florecimiento de los Movimientos Eclesiales que el Papa ha definido «una respuesta suscitada por el Espíritu Santo ante este dramático reto del fin del milenio».
El Obispo de Trento, Mons. Carlo De Ferrari, dio la primera aprobación, a nivel de la Iglesia local, en 1947: «Aquí está el dedo de Dios». Seguirán las aprobaciones pontificias: la primera en 1962; la más reciente, para los desarrollos posteriores, en 1990.